Elecciones 2015. Entre el ridículo y el desastre

I. El ridículo.

Reparten naranjas, sonrisas, promesas, mochilas, despensas o bonos para el cine. Junto a la clase política de siempre, que antier fungió como gobernador, ayer como diputado, mañana como posible delegado, desfilan desde actores caídos en desgracia hasta futbolistas y payasos (literalmente). Un interminable historia de escándalos, torpezas, grabaciones y declaraciones estúpidas de los candidatos divierten a algunos y enfurecen a los más. Venden y se venden. La mercadotecnia, vuelta loca, postula candidatos que parecen modelos de anuncios de pasta dental. Jingles y eslogans que se repiten hasta el hartazgo proclaman el supuesto programa de la clase política toda: empleos, bienestar, crecimiento, seguridad. Una y otra vez. Una y otra vez. Lugares comunes engañabobos. Pero, más allá de su envoltura hecha spot, el ridículo no son sus caras modificadas con fotoshop, ni sus prebendas, ni sus estupideces. La descomposición de la clase política se mide por su exacerbado autismo: mientras millones huyen del país migrando hacia el norte, la clase política habla de promesas de crecimiento; mientras el trabajo esclavo y la superexplotación gritan en San Quintín, la clase política ofrece empleos; mientras el ecocidio y la devastación del mundo natural no humano avanzan inexorablemente, ellos sonríen con las mágicas, repetitivas y desgastadas palabras del “desarrollo sustentable”; mientras los gobernadores dan la orden de disparar a los manifestantes, ellos hablan de ciudadanía; mientras allá afuera hay más de 100 mil muertos, la clase política ni se toma la molestia de hablar de ellos. Mientras la pobreza se extiende como gran incendio del desastre, ellos lucran con el hambre, comprando votos al mejor postor. Mientras la muerte y la dominación acuden diario a nuestra mesa, ellos… sonríen, listos para la fiesta de la democracia.

En el mundo paralelo de la clase política y de la academia-“opinólogos” dominantes, se hacen sumas, encuestas, pronósticos, contrapesos en las Cámaras, debates de candidatos. En el loco y paralelo mundo de la clase política y de sus “opinadores” hay “normalidad democrática”, en un contexto de cuerpos desollados o decapitados, de feminicidios y desapariciones, de trabajo esclavo y de represiones policiales. Se nos pide que salgamos a votar debido al ridículo y al cinismo que caracterizan a la clase política toda. Una petición que, en el contexto de la situación que vive el país,es igual de ridícula y cínica.

II. Inutilidad

Tres, al menos, son las formas de despliegue del capital sobre nuestro país. La primera es aquella que en la forma industria de maquila o corporación terciarizada busca la máxima ganancia, destruyendo los derechos y las organizaciones de los trabajadores, explotando, humillando, dominando. La segunda tiene que ver con el capital que necesita de la tierra y sus bienes naturales comunes para su crecimiento, extrayendo, cavando, deteriorando, contaminando, despojando. La tercera es la forma del capital radical del crimen organizado, que requiere plazas, puertos, rutas, distribuidores: territorio. En su lógica demente destinada a conseguir la máxima ganancia, la muerte es sólo una herramienta para la acumulación. Se vende por medio del terror. Es el libre mercado por definición. Cada una de estas formas del mercado sólo es posible gracias a la existencia de un entramado estatal que se vive como un infierno: formas del Estado extralegales, patrimoniales, arbitrarias, corruptas, represivas, autoritarias, clientelares, caciquiles, impunes y jerárquicas, que hacen funcionar al Estado mexicano todo, incluyendo desde sus instituciones gubernamentales hasta sus partidos, desde sus cuerpos policiales hasta las oficinas municipales, desde el ejército hasta los tribunales. ¿Qué tienen que decir los partidos políticos todos sobre esas formas de desastre y de muerte? Nada, salvo que son sus principales promotores. Se nos pide que salgamos a votar por ellos. Por quienes aprobaron, por quienes reprimieron, por quienes legitimaron, por quienes ordenaron esas calamidades o son cómplices de ellas. No se nos pide que elijamos gobernantes ni programas de gobierno sino, de manera paradójica, que reciclemos y legitimemos a quienes han impulsado estas formas de despojo, explotación, destrucción y dominio.

Estos cuatro ejes de la dominación son, a su vez, motivo de lucha para millones:

Para quienes defienden a quienes hacen trabajar las máquinas o germinar la tierra y resisten.
Para quienes la madre tierra no se vende, sino que la defienden del mercado y su depredación.
Para quienes buscan dignamente a sus hijos, hijas, familiares. Para quienes peregrinan por justicia.
Para quienes buscan que no gobierne más el poder del dinero.

¿Hay algún partido que represente una alianza, una posible ayuda, una posible salida a todas esas dignas luchas? Ningún partido las representa. Tampoco las “izquierdas institucionales”, que no sólo despreciaron o usaron a muchos de estos movimientos, sino que, además, decenas, cientos de veces, los enfrentaron, o se aliaron con sus opresores, o son ellas mismas sus verdugos.

Nuestra lucha es parte de esos movimientos de resistencia, junto a quienes luchan, se organizan y resisten. Nuestra lucha es junto a quienes con sus cuerpos y comunidades defienden ríos, bosques, tierra y pueblos. Nuestra lucha es junto a quien se organiza desde abajo para construir la guardia comunitaria y una justicia alterna. Nuestra lucha es junto a quien se organiza y grita por detener la explotación. Nuestra lucha es junto a quien construye autogobierno. Junto a quien construye un medio libre, digno, una comunicación desde abajo. Junto a quienes gritan por sus hijos y familiares desaparecidos. Junto a quienes trabajan todos los días por un nuevo mundo.

Ningún partido representa esas luchas, ningún partido nos representa. Todos los partidos son inútiles para luchar y organizarse, son inútiles para detener estas formas del mercado y del Estado. Sí, sus partidos son inútiles, inservibles para resolver las formas de la dominación, simplemente porque también son parte de ella.

III. Desastre.

¿Cuántos Abarca hay en la “izquierda institucional”? ¿Cuántos en el resto de los partidos? ¿Quién de ellos puede asegurar que no está aliado con el crimen organizado? Según algunos expertos hasta el 72% de los municipios del país está infiltrado por el narco y hasta el 65% de las campañas son parcial o totalmente financiadas por el crimen organizado. En esta elección, el desastre es que, después deAyotzinapa, nadie puede llamarse a engaño, ya que al salir a votar no se tendrá certeza de por qué cártel se emite el voto. Es un verdadero desastre que inutiliza, no a un partido u otro, no a un candidato u otro, sino al sistema de partidos y al Estado en su conjunto. La emergencia del narcoestado constituye el cierre definitivo de las opciones electorales. Se nos pide que salgamos a votar, a legitimar a esa élite política. Nos dicen que es urgente votar por la oposición. Desde muchas partes se nos llama a los de abajo, se nos pide, incluso se nos exige que salgamos a votar. Que lo hagamos por el menos malo, castigando a los otros, haciendo del voto algo “útil”. Antes también lo dijeron y esa oposición legitimada por el voto terminó en Guerrero, en la ola de represión contra pueblos y movimientos. Antes también lo dijeron y se dio el poder al partido que nos llevó a esta guerra infinita. En Puebla, la oposición legitimada con el voto terminó en la ley bala. En Morelos terminó en prisión política para quien defiende la tierra y la naturaleza. En la ciudad de México terminó en redada contra quienes protestaban pacíficamente. Y en Iguala, ese llamado al voto por la oposición terminó en desastre, en uno de las peores tragedias de la historia de este país. Nos piden un acto de fe en la clase política o en la oposición, creer nuevamente en ella. Un acto utópico. Después de Ayotzinapa no hay argumento que valga para ese acto de fe. Nunca más.

IV. Otra elección.

Ridículo, inutilidad y desastre son las coordenadas de la clase política mexicana. El problema delantipriísmo histérico es que oculta que el problema no es un partido que se llama pri sino un régimen político que gobierna como priísta a través de todos los partidos. El villano favorito no es un gobernante ni su partido, sino un régimen autoritario, corrompido, clientelar, patrimonial que antes funcionaba en un solo partido y ahora lo hace en varios. Contra ese régimen y sus partidos luchamos.

Pero,mientras la clase política se desenvuelve entre el ridículo y el desastre, sus aspavientos y sus escándalos ocultan la estructura de la dominación política, la que hace posible ese desastre: la separación entre gobernantes y gobernados, entre lo político y lo económico. Esa separación es la base de la dominación política hoy: quien gobierna es una élite, una oligarquía competitiva, una oligarquía plebiscitaria. El gobierno de los pocos dice ser el gobierno del pueblo. Una y otra vez esa mentira es repetida por los medios, por la academia, por la clase política. Una y otra vez, con la sabida estrategia de que quizás una mentira, a fuerza de ser repetida, puede convertirse en verdad. Sin embargo,estamentira es sólo eso, aunque se muestre cegadora para muchos.

Ciega cuando creemos que lo político es el sistema de partidos. Se nos ciega cuando nos ajustamos al monopolio de lo político que se nos impone. Ciegos, creemos que al votar decidimos algo. Pero, en verdad, el resultado de la votación lo deciden las clientelas, la venta de votos, el dinero puesto en los medios, las alianzas innombrables, el lucro con la pobreza. Deciden los caciques y la corrupción. Deciden los aparatos y los spots. El resultado de esta elección no implica decidir sobre lo político, sino delegar las decisiones sobre nuestras vidas a una élite. Así, no decidimos sobre la justicia, ni sobre la pobreza, ni sobre el trabajo o la educación. Sólo decidimos quién va a decidir, siempre bajo el poder del mercado que, en realidad, es el único elector que importa. Quien decide, en suma, es el dinero.

El problema es que esa oligarquía, esa élite del poder, esa clase política, está fuera de control alguno por parte de los de abajo. El problema es que esa oligarquía juega su propio juego con sus propias reglas. El problema es que la política de esas élites nos obliga a orbitar alrededor de ellos. Dicen que esa oligarquía corrupta es democracia representativa. Sin embargo,el mando delegado sin comunidad política desde abajo, es sólo la ilusión ideológica de la representación.La cuestión es que esa oligarquía, igual que el mercado, se ha vuelto loca y expande su dominio. La cuestión no sólo tiene que ver con la corrupción o la honestidad, sino con si gobiernan las élites o los pueblos. La cuestión no pasa por elegir a una facción u otra de esas élites, sino por gobernarnos sin ellos. La cuestión no es jugar a su política, sino construir otras formas de lo político que desde abajo emerjan en todo el país, en todo el mundo: nuestras propias formas de comunidad política que,definitivamente,no son las formas políticas de las élites. Visto así, está claro que la disyuntiva no es votar o abstenerse, votar o anular. El verdadero dilema está en si luchamos contra esa élite o dejamos que ésta nos domine.

La verdadera abstención no es dejar de cruzar un papel cada tres años, sino dejar de organizarse y luchar de manera permanente. El poder de las élites se legitima el día de la elección, pero se ejerce de manera cotidiana si dejamos que el entramado estatal y del mercado nos oprima. No nos preocupa si votan o se abstienen, nos preocupa si se abstienen de luchar junto a los movimientos de oprimidos, excluidos y dominados, que es quizá la única alternativa, la única elección posible que tenemos. Al tomar partido, se puede apoyar o legitimar a las oligarquías que dicen gobernarnos, o bien luchar con los de abajo. La verdadera elección es estar del lado de esa oligarquía o del lado de los de abajo. Nosotras, nosotros, con los de abajo, ya hemos tomado nuestra decisión desde hace mucho tiempo.

jóvenes en resistencia alternativa
junio de 2015