México, como el Centroamérica de los ochenta

Javier Hernández Alpízar

En los años ochenta Reagan hizo la guerra en Centroamérica (la expansión de los cárteles de la droga en México y Colombia es una de las consecuencias de las operaciones de la CIA en esa misión contrainsurgente, cf. Los señores del narco de Anabel Hernández), se trataba de destruir a la revolución sandinista en Nicaragua y de frenar al FMLN en El Salvador. En Guatemala, la contrainsurgencia tuvo su carácter nacionalista, como alguna vez fueron invadidos por el ejército estadunidense para derrocar a Jacobo Árbenz, los militares guatemaltecos hicieron contrainsurgencia con asesores militares argentinos e israelíes más que gringos. Política de tierra arrasada y exterminio, genocidio (decía Cardoza y Aragón que el peor de siglo XX después del realizado por los nazis), aldeas enteras masacradas y enterradas en fosas comunes, una política racista anti indígena, desplazamiento forzado de población, comunidades en resistencia huían por las montañas, aldeas modelo- polos de desarrollo, campos de concentración controlados por militares, con retículas cuadradas como se hace desde los romanos. Los paramilitares se llamaban “patrullas de autodefensa civil.” Represión, prisión política, tortura, violación y tortura sexual sistemática contra mujeres y hombres.

En México estaba la retaguardia de los movimientos que buscaban el cambio social en sus países: URNG en Guatemala, FMLN en El Salvador, FSLN en Nicaragua. La guerra de Reagan finalizó con normalidad electoral, con la pistola de la guerra y el bloqueo en la sien los nicaragüenses votaron por Violeta Chamorro y mandaron al FSLN a la oposición (cuando regresó ya era el PRI centroamericano, los rezanderos, les dicen, por su lenguaje religioso profano), el FMLN entregó las armas simbólicamente en México: Villalobos dio su arma a Salinas. La URNG también negoció la paz. Ahora todo son urnas. De hecho, en medio de las guerras, mientras los ejércitos mataban no sólo a guerrilleros sino a pueblos enteros, población civil, gente pobre rural y urbana, indígenas, había elecciones, y observadores electorales. Eso servía a los Estados Unidos para justificar la guerra porque se trataba de desestabilizadores comunistas (en plena Guerra Fría) contra una “democracia”.

En ese contexto, gracias al activismo en Guatemala de organizaciones como el Grupo de Apoyo Mutuo y el Comité de Unidad Campesina (CUC), creció la figura de la líder indígena maya Rigoberta Menchú Tum, que recibió el premio Nobel de la Paz. En 1994 algunos la sugerían para mediadora de un alto al fuego entre Salinas y el EZLN, los zapatistas la rechazaron amablemente diciendo que conocían su trabajo y la respetaban, pero esto debía resolverse entre mexicanos (los gobiernos mexicanos, con cara de alemán el de Chiapas, acusaban a los zapatistas de “extranjeros”), pero entonces la señora Menchú no era aún la socia del Doctor Simi, ni la mercenaria al servicio de Javier Duarte y del racista institucional Lorenzo Córdova.

Un sandinista, Tomás Borge, escribió un libro como elogio editorial a Salinas de Gortari. Los zapatistas le declararon la guerra a Salinas. Algunos ex guerrilleros mexicanos que lucharon en Nicaragua y El Salvador regresaron a México decepcionados y viven en el anonimato. Dicen los que saben que incluso estudiantes de la Ibero, que iniciaron con comités de solidaridad, terminaron combatiendo en las filas del FSLN. Hoy esas izquierdas centroamericanas son socias del PRI, son buenos amigos, como lo fueron toda la vida Fidel Castro y Fernando Gutiérrez Barrios.

Parecía que México ya había hecho su revolución y ahora tenía el papel de la mera solidaridad y la retaguardia. Con negociaciones de paz en las que el gobierno mexicano fue mediador, se ganó un prestigio internacional y desactivó cualquier posible solidaridad con proceso revolucionarios en México. Cuba servía sólo para exiliar en jaula de oro a los ex guerrilleros mexicanos.

Donde sí se cosecharon dividendos fue en la contrainsurgencia. Claro incluso ex guerrilleros centroamericanos han asesorado la contrainsurgencia, sobre todo con Zedillo.

Y si regresamos al párrafo inicial, solamente tenemos que cambiar el nombre de Guatemala para ver detrás de la normalidad democrática a una guerra con urnas como pantalla: la normalidad democrática de la contrainsurgencia con el know how made in USA: ¿qué tan lejos está hoy México de la masacre guatemalteca de los ochenta?:

“Política de tierra arrasada y exterminio, genocidio, aldeas enteras masacradas y enterrados en fosas comunes, una política racista anti indígena, desplazamiento forzado de población, comunidades en resistencia huían por las montañas, aldeas modelo- polos de desarrollo, campos de concentración controlados por militares, con retículas cuadradas como se hace desde los romanos.  Los paramilitares se llamaban “patrullas de autodefensa civil.” Represión, prisión política, tortura, violación y tortura sexual sistemática contra mujeres y hombres.”

No, no está muy lejos, también aquí asesinan opositores mientras siguen con la normalidad de las urnas. Y aquí no viene de observador electoral Carter, pero viene Menchú. En su país, Guatemala, las urnas tampoco han cambiado el problema, ahora el genocidio avanza con los proyectos mineros… como en México.

La discusión no es meramente votar o no, tiene mucho fondo, hace falta mucha, mucha memoria.